martes, 2 de diciembre de 2014

Emilia Ortiz


Emilia Ortiz nació en 1917, en Tepic; desde pequeña mostró habilidad para dibujar y su inclinación por la música y la literatura. En sus pinturas plasmó a habitantes de las etnias cora y huichol de la zona serrana de Nayarit. Una de sus primeras exposiciones fue en el Salón Verde del Palacio de Bellas Artes, en la ciudad de México. Desde 2010, la ex casa Aguirre, en avenida México y calle Hidalgo, construcción del siglo XIX, se convirtió en el Centro de Arte Contemporáneo Emilia Ortiz en honor de la pintora. En marzo 2009 se le concedió el grado de doctor honoris causa por la Universidad Autónoma de Nayarit. A sus 93 años falleció en la capital nayarita la mañana del sábado 24 de noviembre del año 2012.



Éxito

Salió provisto de una brocha grande y abrazado a un bote de albayalde para reconstruir el gran paisaje. Empezó por embadurnar los grandes lagos hasta dejarlos yertos, metió las cerdas de puntas por entre las hendiduras y pintó todos los árboles del mundo; se pintó a sí mismo, hasta quedar pegado de boca en el paisaje.
¿Quién compraría este cuadro…? ¡Nadie!, por supuesto.
Cansado de esperar, desalentado, llenó de nuevo su gran bote en la tlapalería de la esquina y con nuevos ímpetus vació sobre la Tierra sus colores.
Esta vez, un gringo, impresionado se lo compró en diez dólares.


Restos

“La deformación es evidente. Allí los tenéis. Antes, como lo demuestran estos antiguos cuadernos, donde terminan estos seres había unas prolongaciones que les servían de sostenes y que les ayudaban a desplazare. Precisados obviamente al uso de vehículos para transportarse de un lugar a otro, estos sostenes fueron perdiendo fuerza y vigor, acabando por extinguirse, dejando, como único testimonio de su presencia, estas pequeñísimas protuberancias o perillas, allí donde empezaban las que debieron ser cabezas de dos huesos largos. Estos seres-nalga (llamémoslos así), fueron convirtiéndose en tales, por el uso excesivo de las máquinas antiguas de gasolina y el subsecuente desuso de sus miembros inferiores que terminaron por atrofiarse hasta casi quedar reducidos a la nada…”

Sacado de un estudio reciente, de las civilizaciones extintas entre los años 1900 a 2000.


Fórmulas mágicas

Llevada por la curiosidad de saber algo más, sobre la pintora Remedios Varo, escribí una larga carta a esta y sabiéndola muerta, la deje en el sitio más favorable que encontré para que ella lo recogiese. A las pocas semanas volví y encontré la respuesta; eran algunas fórmulas mágicas inventadas por ella para pintar, que he aplicado diligentemente con excelentes resultados: consiga un ave y extraiga de ella, con una pinza, el secreto de su vuelo; construya edificios, castillos, fortalezas, muros, puentes, barcas, triciclos, escalas, con el material entubado que se expende en San Juan de Letrán No 5; baje al mar y recoja, con una redecilla, el plancton marino; su variado diseño, le servirá para estimular su imaginación; salga con Proust, en busca del tiempo perdido, aprenda a amar a Apollinaire y a deleitarse con Jerónimo Bosco; elabore: velos, paños, tules, flores; sombreros y parasoles; botones y encajes, con simples pelos de marta y por último, —aquí parece temblar su menuda letra— mezcle a lo anterior la gracia, en proporciones adecuadas.”


Confesiones

“Si tú no me amaras como yo te amo, sería capaz de hacer quemar las plantas de mis pies. El fuego treparía por mis rodillas como una lengua en llamas, alcanzando mis muslos y abrasando mi cintura hasta rodear mis pechos que refulgirían como dos pequeñas galaxias en espiral. Ardería mi pelo hasta consumirse quedando mis ojos engastados en su estuche de cenizas. Mi última mirada llegaría hasta ti, entrándote todo, como a la casa que nunca habité, para vivir y gozar del sol que nunca obtuve, asomada al balcón de sus párpados, que no supiste entreabrir para albergarme, quedando como una golondrina que mira entristecida desde afuera, ¡prendida al alambre de su invierno eterno!”. —¿Pero quién escribió esa cosa absurda?, dijo mi padre confundido al juntar mi cuaderno que resbalaba por debajo de los almohadones del sofá-cama. Al oír aquello, mi madre se acercó y leyó inquieta por encima de su hombro mi trágica determinación. Arrastrándome hasta su habitación, cerró tras de sí la puerta: “se necesita una causa muy grande para ansiar morir como Juana de Arco, en esa forma horrible”, pero al ver mis ojos arrasados en lágrimas me dijo visiblemente conmovida:
 “Confiesa, hija mía: ¿por quién osas pretender sacrificándote así”. Con un haz de voz apenas perceptible respondí: por él, por “Raphael”, pero júrame que no lo dirás a nadie, a nadie, imploré bañada en lágrimas asiéndome a sus rodillas. Ella acarició mi pelo diciendo melancólicamente: “¡A tu edad también ansié morir!, pretendiendo que nadie supiese por quién…”


Apuntes

Cuando sometía su inteligencia a las pruebas mentales que abundan en las revistas modernas, se daba cuenta, que estaba dotado… de una asombrosa incapacidad.
Un líder de la era cuaternaria, subió a una piedra y comenzó a hablar. Tanto habló, que al cabo del tiempo, se encontró su brazo, transversalmente extendido, que abarcaba una enorme porción de estrato geológico.
La forma de una silla estilo Luis XIV, me hace pensar en una señora que charla sentada: las piernas separadas y las manos en los muslos, en medio de una sala de espejos y consolas de silenciosos mármoles.
Aquel ojo humano es el fondo de la cisterna, es el reflejo del que se asoma a mirar: o acaso el del habitante del agua que le examina curioso.
Aquella flor tan hermosa, salía del vaso por las noches, provocando una extraña urticaria en los labios inertes de aquél niño.
Era un tejido singular: de día apresaba el error y de noche lo vaciaba, convertido en razón.
Érase un juego, en el que todos los jugadores ganaban y el dueño desesperado, se arrojaba todas las noches, por la ventana del casino.


Textos publicados en “El cuento, revista de imaginación”

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