sábado, 7 de mayo de 2011

Adán Echeverría


Adán Echeverría. Mérida, Yucatán, (1975). Realiza estudios de Doctorado en Ciencias en el Cinvestav-IPN, Unidad Mérida. Premio Nacional de Literatura y Artes Plásticas El Búho 2008 en poesía, Nacional de Poesía Tintanueva 2008, Nacional de Poesía Rosario Castellanos, (2007). Estatal de Poesía Joven Jorge Lara (2002). Becario del FONCA, Jóvenes Creadores, en Novela (2005-2006). Ha publicado los poemarios El ropero del suicida (2002), Delirios de hombre ave (2004), Xenankó (2005), La sonrisa del insecto (2008) y Tremévolo (2009); el libro de cuentos Fuga de memorias (2006) y la novela Arena (2009). Compiló en coautoría el documento electrónico en Disco Compacto Del silencio hacia la luz: Mapa poético de México. Autores nacidos en el período 1960-1989 (2008). Participa en Los mejores poemas mexicanos. Edición 2005 (2005).



Pequeñeces*

De niño me enterré un lápiz en la mano. A los dos meses aparecieron letras debajo de la piel. Las fui arrancando con la navaja de mi padre y las guardé bajo la cama.
Fue hasta la secundaria cuando lograron extirparme la punta de carbón, y se me escapó el habla. Busqué en mi escondrijo, solo hallé los restos enmohecidos de las letras. Escribo para recuperarme de esta invalidez...


Un horizonte de cruces

Ella despertó con el uniforme de la escuela desbaratado. Le dolía terriblemente el cuerpo, había dormido más de 13 horas en aquel paraje sombrío. Se incorporó como pudo, subió la cuesta arrastrándose, su boca retenía las manchas de sangre ya secas; llegó hasta arriba, y su visión se perdió entre las miles de tumbas que poblaban el desierto, miró hacia atrás, y sus captores venían hacia ella, cargaban una cruz de madera, y uno de ellos se abría los pantalones mientras sonreía.


Noche de brujas

El tipo gritó, pegado al barandal, desde la parte más alta de la repleta discoteca: ¡Maldita bruja! Las mujeres giraron la cabeza para mirarlo, una a otra, como fichas de dominó, despacito y en cadena, sin desarmar la sonrisa y sin dejar de bailar.
En ese instante, la que fuera su novia, abordaba el carro de otro hombre, con los ojos llenos de paz.


Lázaro Lázaro no te me mueras

Fue necesario cerrar el antro y no dejar salir a nadie. Lázaro de Gortari estaba en el suelo, desnudo, con los ojos fijos en el techo, y la calva remojada en un charco de cerveza y sangre. La idea de que los hombres subieran a la barra a liberar su homosexualidad, luego de que las poderosas hembras habían acabado su espectáculo, no estuvo del todo bien planeada. Lázaro había sido el segundo o tercero en desplazarse hacia el entarimado, y se había despojado con premura de su ropa. Su pene colgaba flácido bajo la grasa de su vientre. Había que aprovechar, y sabía que no habría mejor oportunidad que esta. La farsa le caía de perlas. Se puso de rodillas delante de los hombres que subieron, y que balanceaban sus penes endurecidos, brillantes y lubricados. Unos a otros comenzaron a besarse, y Lázaro comenzó a succionarlos a todos y en perfecta armonía. Muchos comensales pensaron que Lázaro era un genio en el arte de las mamadas. De los cinco hombres que había en la tarima, ninguno quedaba sin ser ensalivado. Todo iba bien hasta que Lázaro abrió los ojos, feliz ante los aplausos, y miró a su hijo mayor, de pie cerca de la entrada. Se detuvo, el pene que tenía en la boca saltó hacia fuera haciendo un sonido hueco. Quiso levantarse y tropezó con las ropas, cayendo de espaldas al suelo y rompiéndose el cráneo.


Del amaos los unos a los otros hasta Lady Gaga

Nosotros los seres humanos, sobre todo los formados con esa cultura occidental somos verdaderos estúpidos para las relaciones sociales. Siempre inventamos algo nuevo para poder juzgar lo anterior. Tengo 35 años este 2010, y recuerdo que en los años ochenta y principios de los noventa, cuando la historia del Sida se suelta en los noticieros, los informes de salud, la ciencia, la escuela, el arte todo, se enfoca en tener un pretexto mas para el odio a los homosexuales, sin embargo, todo ha ido cambiando poco a poco y de manera por demás extraña. Hoy día si eres heterosexual, o virgen, eres odiado, sacado de los grupos sociales, eres mal visto, eres juzgado socialmente y hallado culpable como retrógrada, derechista, y cualquier otro insulto que ataque y debilite tu moral. Cuando vi a Lady Gaga en vivo, me sorprendió de lo que yo mismo fui capaz. Al concierto fui con mi novia Norma, y una vez ahí, entre la música y espectáculo, el humo de los cigarros, y toda la droga que te metías queriendo o sin querer, la orgía era multitudinaria. Yo me besaba con un bigotón hermoso mientras mi novia me iba mordiendo tiernamente el cuello, y el novio del bigotón se había puesto de rodillas, me había abierto la bragueta, me hacía una muy adecuada y limpia, felación. Norma en cambio, estiraba la mano para masajear la picha del hombre del mostacho, mientras mis manos iban hurgando su vagina. Pero eso solo fue el inicio, apenas andábamos en la segunda canción del concierto, y los aplausos, el olor a sexo no se hacían esperar y lo inundaban todo. Fue cuando la diva del pop dijo gritando: ¡Que razón tenía Cristo cuando dijo que nos amemos los unos a los otros, hoy, estaría orgulloso de todos ustedes!


Rodear el Buda

Nunca he comprendido eso de dejar la mente en blanco. Cada que alguien me dice, en un curso, en terapia, en una clase de yoga, o en un sitio de oración: pon la mente en blanco, me la paso pensando en la palabra blanco, me imagino un conejo blanco como el de Alicia, o al conejo de la suerte de las caricaturas, o también se me ha dado por pensar en la fábula de la liebre y la tortuga, o en la otra fábula del cuervo, en algún poema de Edgar Allan Poe, en lo que dijeron sus críticos sobre que Poe es mejor en sus traducciones porque era ilegible como autor, en los periódicos donde publicaba sus historias, en aquel amorío con su prima, y entonces pienso en mi prima Rilma, en esos labios y sus pechos morenos de niña de trece, que me untaba en la boca cuando apenas yo cumplía los ocho años, y entonces acabo con una erección.
           Eso de la mente en blanco no es lo mío, estoy seguro. Y por eso no se me ha dado nunca lo de la meditación, y me da por no creer en la acupuntura y en la medicina tradicional china, y por eso no acudo a que me den masajes como el resto de mis compañeros de oficina.
Sin embargo, cuando Rubí, esa morena chaparrita, esa pueblerina de labios cuarteados, pechos como manzanas y rabo  pequeñito pero a leguas como de mármol, comenzó a hablar sobre poner la mente en blanco, pensé en mi semen. En mi semen inundándole los labios, en mi semen embarrándole las nalgas, en sus pequeños pechos detenidos en el calor de mi boca y en sus nalgas atrapadas entre mis manos mientras imagino que la penetro hasta el fondo.
Por eso es que todas las historias de Buda, luego de esa clase, me parecen excitantes. Me excita eso de que su madre, y el bosque, y los árboles y las ramas y su nacimiento. Me excita aquello del príncipe que escapa hacia la pobreza dejándolo todo, porque lo imagino desnudo, corriendo fuera del palacio, y a esas mujeres de chichis al aire, presas de la hambruna que se van lavando en el río Ganges.
Imagino a Buda sentado en flor de loto, y delante de él soy ese gusano que va comiéndose la carne de los cadáveres. Y me imagino rodeando esa figura de Buda, latiendo como carne desprendida, y entonces pienso de nuevo en Rubí, en sus manos delgadas que atrapan mi pene durísimo. Y es cuando alcanzó el orgasmo, y sí, es entonces que todo el cuerpo me queda manchado de blanco.



 *Agradecemos al autor los textos aportados para esta antología.

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